Te conozco. Cambias de cara y veces incluso de sexo, pero sé quién eres: a veces te presentas como un tiarrón de pelo en pecho, a veces como un chaval de quince años, y otras como como una mujer de rostro hermoso e inocente. Tus caras, tus cuerpos, tu voz pueden ser muchas, pero, cabrón, te tengo calado.
Sé que eres tú porque hay un rasgo que te identifica: cómo sales de paseo con tu perro. No me molesta que lo lleves suelto -al contrario: si el animal está bien educado, me parece de perlas-. Ni siquiera me parece del todo mal que lo bañes cada dos años y me deje un pestazo espantoso en la ropa cuando se me arrima para que lo acaricie (tengo una especie de imán para los perros).
Lo que me cabrea sobremanera es que, nada más llegar al parque, le des una palmada al animal y lo mandes a césped, a que se alivie de vejiga y de intestinos. No sería la primera vez que me tumbo en el césped (mal hecho: tampoco se permite) y me encuentro a centímetros de una pegatina. O encima de ella.
Normas elementales
No te voy a engañar: no soy un tipo educado, y mi escaso refinamiento no me permite desahogarme con un “¡Huy, caramba! Un perrito ha hecho sus necesidades aquí. Su dueño debería tener más cuidado”. No. Lo que sale de mi boquita se parece más bien a un “Me cagüen el desgraciao del tío y en todos sus antepasados hasta tiempos de Felipe II”. Eso.
Vamos a ver, tonto de babilla (o tonta de babillo, que también puede ser), muchos ayuntamientos regalan bolsas para estos menesteres. Y, si no es así, gastarte una bolsa no te va a arruinar. El animal, como animal que es, no sabe de normas de urbanidad. Tú, deberías.
¿Una especie evolucionada?
Se trata de demostrar que hace unos cuantos miles de años que tu especie bajó de los árboles y empezó a vivir en la tierra, compartiendo espacio con sus congéneres; se trata de que sepas respetar a unos vecinos que no tienen por qué ir por la calle esquivando, además de los baches y las zanjas, las minas que no recoges.
He tenido perro –bueno: él me tenía a mí, más bien- y sé lo que significa ¿Lo sabes tú? Es un ser vivo, con sus necesidades, también fisiológicas, que no sabe dónde debe satisfacerlas. Siempre he dicho que adoro a los perros. Y que odio a algunos amos.