Querido humano:
No hay manera de entenderte. Mira que lo intento, pero no hay forma. Como era un cachorro cuando, el año pasado, llegué a tu casa, no tengo muy claro cómo nos llevábamos. Pero supongo que bien, porque mis primeros recuerdos son agradables.
Yo era una especie de imán de mimos. Y es normal: si ahora soy adorable –modestia aparte, mi raza lo es-, de cachorrito tenía que ser la monda. Lironda. Caricias por todos lados, caprichos, juegos… El rey de la casa, vaya.
Cierto es que no todo eran mimos y carantoñas: cuando tenías que reñirme, lo hacías. Visto en perspectiva, no me parece mal: me enseñaste que en casa no debo hacer mis necesidades. Y, oye, a pesar de que tardé en entenderlo, creo que capté el espíritu. Lograba aguantar hasta el jardín de tu vecino.
Me desquicias
Creo, eso sí, que lo de enseñarme sentarme, dar la pata y tumbarme estuvo de más. Y en cuanto a revolcarme como una croqueta… Pues mira, eso ya era un exceso. Pero me gusta complacerte, de modo que aprendí a hacer el ridículo para que te rieras un rato.
Pero llegó un momento en el que te contradecías y, chico, desde entonces me tienes desorientado: para empezar, cuando lograste que hiciera “mis cosillas” a ciertas horas, empezaste a ser más irregular en cuanto a sacarme a la calle. Como no sé utilizar el retrete, cada vez tengo que suplicarte con más insistencia que me saques. Eso sí: cuando llego al jardín de tu vecino es un aliiiiiviooo…
Has cambiado
Luego, dejaste de enseñarme cosas, de modo que ya te da igual que te salude o no. Es más, cuando llegas a casa, sabes que me gusta darte un abrazo… bueno ponerte las zarpas en las solapas, tú ya me entiendes, y un lametón. Antes te gustaba, pero ahora me apartas de malas maneras. Tú no eras así.
Incluso, cuando te ibas de viaje o de vacaciones, preguntabas en el hotel si me iban a admitir y te indignabas cuando decían que no ¡Qué orgulloso me sentía de cómo me defendías! Ahora, en cambio, me dejas en casa de tus amigos o incluso me buscas un hotel canino, pero ya no me llevas a conocer el mundo.
Pero yo sé qué te pasa
Pero creo saber lo que te pasa, y no te preocupes, que sé perdonarte: aunque lo disimules lavándote tan bien que soy capaz de reconocer el olor, yo creo que has conocido a otro perro al que quieres más.
No te preocupes: aunque los perros seamos, eso dicen, eternamente cachorros, somos también comprensivos y perdonamos las debilidades humanas. Sabes que te quiero y que yo sí te voy a ser fiel hasta que mi muerte (no me engaño: vivo menos años que tú) nos separe.
Un cariñoso lametón,
Toby.